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Sin equipaje
…pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al sur.
J.L. Borges
Tomé el tren de las cinco. Por
primera vez me sentí ajena al deambular de bolsos, mochilas de trabajo,
carteras apretadas. Los pasajeros se extraviaban apurados en los molinetes. Dos
gatos negros me miraron desde el andén.
Esperé en
la dársena dos. Había hecho este viaje muchos martes pero hoy sentía que era la
primera vez. Llegó en punto, me pareció raro. La puntualidad no es propia de
los trenes de Buenos Aires. Apenas se puso en marcha subí la ventanilla. Los
olores de la estación se diluían entre los árboles que dibujaban espectros con
sus sombras. El aire fresco me daba vida.
Cuando pasé
por Avellaneda recordé mi casa de aquella época. Las habitaciones de arriba; la
escalera que tanto le gustaba a los chicos, ese sol por la ventana de la
cocina. El limonero del fondo.
El tren
se detuvo en Sarandí, abrí mi cartera. Fue allí que empecé a tirar. Primero fue
ese clip que sostuvo papeles siempre innecesarios, después las pastillas de
menta que ni recuerdo cuándo las había comprado, el broche del pelo, los
pañuelos, dos entradas de teatro viejas, una muestra de perfume, una crema de
manos, dos biromes y un lápiz, la goma también. Tiré las tarjetas de crédito,
el carnet de la obra social, las llaves. Tiré la foto, voló. Seguí el
recorrido. Subió, giró, planeó un poco y se perdió cerca de las vías.
Carlos,
los chicos y yo con orejas de conejo. Era el cumpleaños de Juana. Ella, con su
sonrisa pícara, saltaba y apenas podíamos sostenerla. Va a salir movida.
Fue la
que más me extrañó. En el casamiento de su amiga y vecina, visitó la casa que
había sido nuestra. Lloró mi mano ausente. Lloró su nombre tallado en la mesa
de la cocina.
Me
distrajo un vendedor con su voz áspera. Dejó los paquetes de caramelos al lado
de los que viajaban sentados. A mí ni me vio, siguió de largo como si no
existiera.
En ese
momento un chico se asomó por el asiento delantero, se metió el dedo en la
nariz, miró su botín y clavó sus ojos en los míos.
Al
llegar a Wilde, mi destino, me asomé a la puerta y cuando el tren se detuvo, bajé.
Volví a mi barrio de casas iguales. Sentí que estaba llegando tarde.
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