Seguidores

domingo, 23 de febrero de 2025

Sin equipaje

 

Imagen:
Busto de mujer P. Picasso








Sin equipaje

 

                                                                                   …pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al sur.

J.L. Borges

 

 

Tomé el tren de las cinco. Por primera vez me sentí ajena al deambular de bolsos, mochilas de trabajo, carteras apretadas. Los pasajeros se extraviaban apurados en los molinetes. Dos gatos negros me miraron desde el andén.

Esperé en la dársena dos. Había hecho este viaje muchos martes pero hoy sentía que era la primera vez. Llegó en punto, me pareció raro. La puntualidad no es propia de los trenes de Buenos Aires. Apenas se puso en marcha subí la ventanilla. Los olores de la estación se diluían entre los árboles que dibujaban espectros con sus sombras. El aire fresco me daba vida.

Cuando pasé por Avellaneda recordé mi casa de aquella época. Las habitaciones de arriba; la escalera que tanto le gustaba a los chicos, ese sol por la ventana de la cocina. El limonero del fondo.

El tren se detuvo en Sarandí, abrí mi cartera. Fue allí que empecé a tirar. Primero fue ese clip que sostuvo papeles siempre innecesarios, después las pastillas de menta que ni recuerdo cuándo las había comprado, el broche del pelo, los pañuelos, dos entradas de teatro viejas, una muestra de perfume, una crema de manos, dos biromes y un lápiz, la goma también. Tiré las tarjetas de crédito, el carnet de la obra social, las llaves. Tiré la foto, voló. Seguí el recorrido. Subió, giró, planeó un poco y se perdió cerca de las vías.

Carlos, los chicos y yo con orejas de conejo. Era el cumpleaños de Juana. Ella, con su sonrisa pícara, saltaba y apenas podíamos sostenerla. Va a salir movida.

Fue la que más me extrañó. En el casamiento de su amiga y vecina, visitó la casa que había sido nuestra. Lloró mi mano ausente. Lloró su nombre tallado en la mesa de la cocina.

Me distrajo un vendedor con su voz áspera. Dejó los paquetes de caramelos al lado de los que viajaban sentados. A mí ni me vio, siguió de largo como si no existiera.

En ese momento un chico se asomó por el asiento delantero, se metió el dedo en la nariz, miró su botín y clavó sus ojos en los míos.

Al llegar a Wilde, mi destino, me asomé a la puerta y cuando el tren se detuvo, bajé. Volví a mi barrio de casas iguales. Sentí que estaba llegando tarde.

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Audio La Cautiva