domingo, 12 de enero de 2025

Esa noche

 

Imagen: El árbol rojo Mondrian


Esa noche

 

 

…sin ella, mi vida podría haber tomado un desgraciado rumbo.

Kjell Askildsen

 

 

 

Y él enroscado en la noche sin palabras busca un lugar donde purgar la oscuridad que lo somete en cada centímetro de piel. Vacío. Recuerdos en sepia.

Recorre la calle y un farol de pueblo le devuelve la diminuta luz. Sólo la sombra denuncia su existencia: se alarga, se inclina, lo persigue. Camina sin cuerpo. Sus pasos se entrecruzan duros.

Un perro lo sigue, lo adivina. Olor de miedo.

La mano aprieta el filo y la sangre dibuja el camino de tierra. Otro farol insinúa la neblina jadeante de su instinto.

Termina la calle en un bostezo de paraísos con sus flores fantasmales.

Entra en la casa ausente de toda esperanza. Los pensamientos se enlazan, modifican una y otra vez los hechos, imagina otro final. El pitido de un tren desesperado. El pelo rojo desparramado en las vías. Partes en gajos. Partes que fueron de él y acarició en noches esclavas.

El perro espera.

Un color tenue sube por la cornisa y se cuela en su retina pero ya es tarde.

Ella era hermosa. Titila en lágrimas. Volver a tocar su risa de otro tiempo.

Cierra la puerta. Espera.

El perro lo mira desde la penumbra con sus orejas alerta, esperando lo peor.

Una camisa azul se desprende del cuerpo, testigo de una existencia ajena. El catre viejo lo detiene en el encierro de su infierno. Sólo esa luz hiriente lo persigue. Luz redonda y poderosa que lo atraviesa todo. El tren. La vio cruzar desde el puente de la estación con su valija. La siguió.  Apenas un quejido sin palabras.

Ella era bella, tenía un lunar en su mejilla izquierda y sus manos dibujaban las palabras. “Mi amor” decía él.

Desde las muñecas recorren los dedos tiñendo las uñas. Gotas borravino sobre la tierra del rancho se adueñan de esa noche. Todo se confunde.

El perro como poseído lame las heridas. Él se deja, ya sin fuerzas.

Un grito inaudible musita la medianoche.